lunes, abril 25, 2005

Atando cabos (I): El cine japonés me provoca cruentas dicotomias


Siguiendo las recomendaciones del gran Absence, este fin de semana en el Hogar Zito hemos visionado la estupenda “Lady Snowblood” (1973) resucitada del olvido cinematográfico, como ustedes sabrán a estas alturas, por ser el referente crudo e inmediato de “Kill Bill.”

Supongo que no soy el único que gusta de trazar modestas y vagas asociaciones entre películas. Es una actividad que les recomiendo practiquen con frecuencia si no lo hacen ya y con la que, como en el sexo, se mejora con la experiencia. Se parece un poco a colocar ovejas en distintos rediles: Las pones juntas y esperas que se hagan amiguitas; a veces están inquietas, se escapan, hacen ruido, no quieren quedarse. Pero una vez que la tarea está completa puedes guardarlas definitivamente y pensar en otra cosa. Ya sé que es un símil bastante tonto, pero ¿verdad que me han entendido? Ver “Lady Snowblood” me ha permitido cerrar un par de rediles de esos. Uno que se abrió poco antes de comenzar a escribir en este Gabinete. El otro, que me lleva rondando también un tiempo, espero sea objeto de un post muy pronto.

No voy a comentar “Lady Snowblood” en detalle, porque es casi imposible mejorar la reseña del maestro de la sabiduría inútil en El Blog Ausente. Para mis propósitos basta recordar que es una historia de venganza casi irracional, implacable, en la que aquellos que violaron y torturaron a la madre de la protagonista van cayendo bajo su espada uno a uno, inmisericordemente. La realización esta en línea con este objetivo: las luchas a espada son cortas, secas y autocontenidas, aunque recurren, como no, al slapstick de la sangre borboteante. Abundan los silencios, los planos muy cortos, la mirada aterradora de Meiko Kaji. La narrativa de una venganza muy a lo Sergio Leone, salpicada de flash-backs llenos de intención y sentido.

Aparte de esto quisiera destacar dos cuestiones:

1)
¿Contra quién lucha Lady Snowblood? El trasfondo de la historia es un Japón turbulento, en transición desde el aislamiento Tokugawa a la apertura Meiji. Algunos de los objetivos humanos de la “niña del infierno” han prosperado en esta nueva sociedad y la película aprovecha para criticar tanto la injerencia extranjera, un discurso que pervade a mucho cine oriental ("Ong Bak" sin ir más lejos), como al militarismo que abrazó Japón como remedio a su crisis de identidad y que acabaría lanzándolo, cuesta abajo y sin frenos, hacia el desastre de 1945.

2) ¿Es Lady Snowblood malvada? Aunque trate de ser despiadada, la asesina no deja de mostrar cierta compasión en algunos momentos: hacia la hija de una de sus víctimas, hacia el escritor con el que teje un leve romance. Sentimos piedad hacia ella porque ha heredado la terrible e inconclusa misión de su madre; no ha podido elegir, ha sido empujada a ello. Es una fuerza de la naturaleza, con un objetivo que se encuentra más allá de ella misma y que no cabe cuestionar.

Ahora comparemos estos dos elementos con los de otras dos películas de las que les quiero hablar,Sword of Doom”, también de samurais, y “Female Prisoner #701: Scorpion,” también con Meiko Kaji y también primigenia fuente de inspiración de "Kill Bill".

"Sword of Doom” (1966) narra la historia de Ryunosuke , otro ronin “malvado” y sin escrúpulos. Durante una exhibición de lucha de espadas, Ryunosuke mata intencionadamente a su adversario a pesar de haber acordado dejarse ganar (lo que también recuerda al personaje de Butch en “Pulp Fiction”, por cierto). A partir de ahí iniciará una huida hacia delante, asediado por hermanos vengativos, bandas de asesinos y sus propios remordimientos


Aunque saludada por muchos como una obra maestra del cine de samurais "Sword of Doom” solo me interesa por dos motivos. Por un lado, el protagonista absoluto de la función es Ryunosuke y su bajeza moral. Que el villano sea el centro de interés es algo más o menos común en el cine negro americano pero resulta chocante encontrarlo en el japonés. Sin embargo, como en aquel, el crimen siempre acaba pagando (ojo, spoiler al canto) y el samurai oscuro acabará sucumbiendo a sus propios demonios en un final de tintes peckinpahianos (toma ya). Y esta conclusión sale así, como de una chistera, sin desarrollo alguno, torciendo el duelo final que se intuía iba a tener lugar entre el villano y el hermano afrentado. Muchos argumentan que esto es de hecho una virtud; no les molesta que los personajes desarrollados durante la mitad del metraje sean súbitamente lanzados a la papelera. A mi más bien me parece una concesión a la moralidad, pues que el malo muera a hierro es mucho menos ejemplarizante que el que muera perseguido por sus propios demonios. Al fin y al cabo, el mundo real anda escaso de enviados vengadores.


Por tanto, a pesar de que "Lady Snowblood" sea una santa en comparación con Ryunosuke e incluso muestre sentimientos, su poder de seducción, el poder de seducción del Mal al fin y al cabo, es mucho más intenso en ella puesto que las dudas morales no la visitan en ningun momento. Que el universo acabe ejercitando su venganza en “Sword of Doom” mutila la turbación maligna del samurai oscuro pero deja inmaculada la fijación vengativa de la Dama de las nieves.

Por otro lado, “Female Prisoner #701: Scorpion,” (1972) funciona bien como espejo de “Lady Snowblood” y aunque tenga menos virtudes que ella, es más interesante en sus lecturas. Nos deslizamos, aviso, al terreno del exploitation de derribo, al cine de “cárcel de mujeres,” y todos sus tópicos de cuerpos desnudos y amores sáficos. Aquí es donde, un año antes de encarnar a la niña del infierno, Meiko Kaji ejerce por primera vez de ángel de la venganza (y, atención, protagoniza el único desnudo de su carrera).


Enamorada de un policía, Nami (Kaji) accede a introducirse en el mundo de la droga para ayudar a su amante a capturar a unos peligrosos traficantes. En el mejor momento de la película, Nami es sucesivamente violada por los criminales, salvada y traicionada por su novio y llevada a prisión, todo en la misma secuencia, primero filmada por debajo de un suelo de cristal y más tarde con ella yaciendo entre escenarios giratorios, lo que permite cambiar de escenas sin cambiar de plano. A partir de ahí, Nami acometerá varios intentos de fuga de la brutal prisión en la que es encarcelada con el exclusivo objetivo de poder liquidar a su némesis y, en cierto modo, a su creador. Es aquí donde las miradas insondables y la economía verbal de la Kaji la convierten en personificación pluscuamperfecta e icónica de la venganza. Especialmente en los momentos cercanos a consumar su ansia, vestida de negro y con una gigantesca pamela negra que oculta parte de su rostro al más puro estilo femme fatale.


Female Prisoner” es mucho más arriesgada que “Lady Snowblood” y por ello mas propicia al descalabro. Usa rabiosamente el color y trata de ser heterodoxa en sus soluciones. En ocasiones funciona, como en la escena antes mencionada; pero en otras degenera en la risa floja. Pero ese mayor riesgo también la hace mucho más radical en su planteamiento. Y eso me gusta. Porque es mucho más explicita que “Lady Snowblood” en cuanto al contrapunto de la antiheroina. Nami lucha desesperadamente contra unas estructuras de poder típicamente masculinas, basadas en el sometimiento, la burocracia y la brutalidad. Mientras que en Snowblood, la protagonista adopta como propio los códigos y comportamientos de los samurais, y por ello, los modos de actuación del género opuesto para consumar su venganza, parte de los más formidables enemigos a los que se enfrenta en “Female Prisoner” son las reclusas que precisamente han hecho suyas las formas masculinas de opresión. La lucha de Nami es una lucha contra el sistema machista, pero sin caer en las prácticas del enemigo y por ello más subversiva. Una subversión francamente necesaria en una sociedad en la que, a pesar de idealizaciones y olvidos selectivos, también se trata a la mujer como un objeto (como nos recuerda “Audition".)