lunes, abril 04, 2005

La última cena

Como saben, estoy pasando unos días en casa de mis augustos progenitores. Y como gran parte de la población, son extraordinariamente propicios a la automedicación, una costumbre tan española como la siesta o más. Nunca me había parado a admirar las decenas de muestras de arte minimalista que atesoramos en los baños, neveras y armaritos de nuestros hogares. Diseños sencillos, geométricos, universales, extrañamente atractivos.

No se crean que les cuento esto debido a una especie de revelación en el camino a Damasco . Todo viene a propósito de la obra de Damien Hirst, titulada "La última cena" que acabo de descubrir. El iconoclasta Hirst , que ganó el prestigioso Premio Turner en 1995, acumula en sus trabajos una carga de desasosiego que a mi me resulta fascinante: Por ejemplo, aquel “La física imposibilidad de la muerte en la mente de los vivos” que consistía en un gigantesco y amenazador tiburón suspendido en una vitrina.

En “La última cena”, Hirst aprovecha el magnetismo de los medicamentos para causar extrañeza. La obra consiste en trece paneles que asemejan el frontal de varias medicinas, casi todas asociadas con enfermedades epidémicas o terminales como el SIDA, la malaria, o la depresión. Así de frías parecen desde lejos (aunque existe cierta ironía en envolver tratamientos para dolencias graves con brillantes colores).




Pero esa frialdad inicial se pierde al mirar con más detenimiento, porque el pequeño twist que introduce Hirst consiste en sustituir el nombre del medicamento por el de un plato o alimento típicamente británico. Más de cerca incluso se revelan detalles humorísticos asociados a ellos. Así en “Mushroom,” sustituye la P que denota que el medicamento ha de venderse en farmacias por “Pie” (Mushroom pie, esto es) o en “Liver, Bacon, Onions” sustituye de nuevo la P por “Pot.-8-to”.




El mensaje de Hirst es Cronenbergiano en cierta medida: Los medicamentos son los alimentos de la nueva carne. Los tomamos a intervalos regulares y los necesitamos para vivir, para sobrellevar nuestra existencia.

La última cena. Trece paneles. Hagan las cuentas. Medicamentos y la primera comunión de la historia. El culmen de un arte pop que sin figuras es capaz de representar las profundas implicaciones de una escena religiosa.

Tómense su tiempo y dedíquense a admirar con detalle estas pequeñas obras a medio camino entre el sarcasmo feroz y la revelación agnóstica. Buen provecho.

4 Comments:

At abril 04, 2005 5:46 p. m., Anonymous Anónimo said...

La extensión química es, obviamente, Nueva Carne. Yo, para una decadencia consciente, recomiendo un miligramo de Alprazolam mezclado con Martini, que da una sedación agradable y muy lúcida para, por ejemplo, hablar en público o poner cara de vuelta de todo. Por otra parte, es bueno también prestar atención a los prospectos, que, aunque suene estúpido y facilón, es cierto que como literatura llegan a contener auténticas piezas poéticas. Si son en forma de vademecum, las combinaciones ya se hacen infinitas y surgen cócteles muy prometedores amén de ramalazos de mad doctor interesantísimos.

 
At abril 05, 2005 10:42 a. m., Anonymous Anónimo said...

Yo siempre he dicho "sí" a la automedicación. Me fascina el tema de la autosedación o, por contra, el leve chispeo de hiperactividad neuronal que relaciono con mis compuestos quimicos predilectos.

 
At abril 05, 2005 12:08 p. m., Blogger Dr Zito said...

Vaya crapulas que estan ustedes hechos. Yo soy bastante simplon: Mi medicina favorita es el Almax. Fijense como de burgueses seran mis excesos.

 
At abril 05, 2005 2:31 p. m., Anonymous Anónimo said...

¿Crápulas? Noooo, para nada, lo que pasa es que una vez intoxicado el torrente sanguíneo, aprendes a conectar y desconectar el efecto placebo a voluntad, y entonces sólo hace falta la excusa.

 

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