viernes, abril 01, 2005

Y habitaré entre vosotros

Ha llegado el momento. Este domingo abandono los Fríos Exteriores para volver al lugar de donde procedo. Por dos semanas, no se asusten. Este Gabinete no cerrará, acaso se ralentizará el ritmo de actualizaciones porque espero contar con un ordenador y acceso a Internet. Y espero tener tiempo para escribir posts un poco más largos (tal vez a propósito de la tripleta de películas americanas de los 70 que vi la semana pasada). Y espero poder revisar más los textos, y poner acentos sin que me dé pereza.

Dos semanas en las que me mezclaré entre ustedes sin que lo noten. Tal vez hasta pase por su lado sin saberlo. Dos semanas en las que disfrutaré de la primavera, de la de verdad, de esa que aquí se percibe lejana, como cuando uno se sumerge en la bañera y escucha todos los rumores de la casa.

Saben, tengo miedo a los aviones. A mi me gustaría que me teletransportase Scotty y me dijese “Tenga cuidado ahí fuera, Capitán,” aunque esa no fuese su frase. Pero no puede ser. Me llevarán un par de pilotos con cara de Van Gaal. Y compraré chocolate sin azúcar en el aeropuerto para mi madre, quien asegura ser diabética sin serlo. Mi madre. Que me recibirá llorando o intentando disimular. Y yo la daré un abrazo fuerte para decirle lo que siento, o para no decírselo. Y le daré un beso a mi padre, no un abrazo, porque no es preciso, es suficiente con mirarse. Sé que tendrá celos, como siempre, por no ser durante unos días el centro de atenciones, aunque también sé que el no quiere sentirlos. Y no les diré que cada vez les noto más viejos y cansados. Porque si los padres quieren por todos los medios oír a sus hijos crecer, yo lamento perderme ver a mis padres envejecer ahora, no más adelante cuando ya no me reconozcan y sea demasiado tarde. Y les veré chillarse, y aguantarse el uno al otro, y quererse, aunque no lo demuestren. Y así sabré que todo está en su sitio.

Ese domingo por la tarde, iré al curso de guión que mi hermana está dando por amor al arte. Porque no consiguen que le paguen por hacer nada más. Y sé que le hace mucha ilusión que vaya; y sé que ha preparado algo especial. Yo pondré cara de que me entero y de que me gusta, pero probablemente esté demasiado dormido para resultar sincero.

Y a pesar de todo esto, yo me sentiré partido; alegre por estar allí, culpable por hacer que Pequeña Morla no tenga nada contra lo que arrebujarse por las noches. Y es que yo fui educado católico, aunque luego me hice rojo, y eso de sentirme culpable se me da bastante bien.

Y veré a Etzu, el pobre, que tiene a todos sus buenos amigos fuera y a quienes necesita tanto. Y me encontraré con la Pandilla Basurilla, con sus rencillas, con sus tonterías. Con ellos resulta fácil aparentar que el tiempo no ha pasado .

Y hacia el final de las dos semanas empezaré a sentirme mal de nuevo.
Me sentiré partido por no querer marcharme y al mismo tiempo desearlo.



Epilogo: Déjenme que abuse un poco de ustedes y les copie aquí un texto escrito por alguien que comparte mis genes y, por lo que parece, una maldición familiar.

Irse lleva su tiempo

“La siguiente frase la encontré en un libro:

“El retorno siempre sería tan importante como la partida. Partir no era suficiente, o lo era sólo a medias: necesitaba volver. En aquella tendencia asomaba ya, tal vez, la naturaleza de la inmensa exploración que un día habría de emprender hasta más allá de los confines de lo inteligible.”

Pienso en las veces que me fui, en las tantas otras en las que aun no he regresado o quizá si.

No he vuelto, y eso lo grita una mochila que continua prácticamente intacta desde el último lugar en que la dejé.

Tal vez esté nuevamente en esta ciudad de la que nunca me cansaré de decir que es hermosa y gris. Un lugar en el que el Principito se hace carne en los columpios de una Castellana vacía y a media luz, donde con tizas de colores puedes dibujar en el asfalto la huella de tus zapatos, donde las miradas son el mejor viaje y las caricias el mejor de los poemas. Un lugar en el cualquier rincón puede usarse para observar el mundo, donde no existen vallas imposibles de saltar o leyes que prohíban convertir el mundo en magia o detengan el verdadero amor.

Si, podría decir que me fui y que después de que la naturaleza de la inmensa exploración me llevase más allá de los confines de lo inteligible, regresé; pero no estoy tan segura y tampoco se hasta que punto importa, porque se me ocurre que mi corazón, esa parte física que protegemos del mundo con el tórax, forma parte de la sangre de aquellos a los que quiero y que me quieren. Y por eso, aprendo a ser una viajera con destino a todas partes.”