Que se pudran los feos
Confieso que cuando voy al dentista o acompaño a Pequeña Morla al oculista para que le revisen sus almendrados ojos, suelo sofocar el tedio de la espera leyendo todas las revistas de la consulta. En especial esa que es grande y pesada y viene con enormes fotos. Ya saben cuál. No es por admiración encubierta o por un oculto morbo, créanme. Es por que me suelen asaltar pensamientos muy retorcidos y normalmente poco confesables.
Tomen por ejemplo ese magnífico ejemplar de ser humano, que por lo general es hijo de condes o marqueses de olvidado nombre. Alto, altísimo. De mentón cuadrado, nariz algo angulosa, manos grandes, tez tostada hasta uno tono justo por debajo de lo risible, pero bien por encima de lo envidiable; piernas largas, camisa cara, mangas recogidas mostrando un reloj exclusivo y unos antebrazos bien torneados. A su lado, la aparejadora hija de familia de empresarios vascos, de impecable y graciosa figura, sexy en su especiosa y engañosa sencillez: Un placer culpable. Yo los veo ahí, con su largura manierista, como pintados por Greco Labanda, paseando por un muelle, algo molestos por la cámara que los inmortalizará en un Cinemascope de papel couché, y no puedo evitar pensar que si los Magdalenienses tenían sus pinturas rupestres, nosotros, tan civilizaditos, tenemos en cambio el Hola!™
Hay un libro que siempre tuve interés en leer: “Survival of the Prettiest: The Science of Beauty” de Nancy Etcoff, sobre el control y los usos sociales de la belleza; sobre cómo los guapos prosperan, crecen, se reproducen y forman una élite. Y es que nuestros amigos, el marquesito y la aparejadora, no son el mero y excepcional fruto de una imaginaria distribución de probabilidad, de una arcana lotería que determina qué características deseables nos caerán en gracia. Que sean ricos, guapos, exitosos, no se debe tan solo a que alguien tenga que serlo. Que Dios los críe, y ellos se junten, tampoco.
Aquellos que son atractivos reciben más cuidados desde pequeños. Se les presta más atención, son ayudados más frecuentemente por familiares, maestros y compañeros (tiren si no la primera piedra). Pueden elegir pareja; obtienen más y mejores trabajos. Son un presagio auto-cumplido.
Mientras tanto, ser horripilante está penado. Los feos están discriminados en el mercado laboral y por lo tanto son menos susceptibles de obtener éxito social o económico (de hecho, muchos y algunas son contrarios a que se les permita cantar). Los hombres considerados como “no atractivos”, esto es, feos, obtienen de media un salario un 15% inferior al de aquellos calificados como “atractivos”. Y esto teniendo en cuenta las diferencias de currículo y profesión. La desventaja para las mujeres feas es del 11%. Así que ser bello es más beneficioso para la trayectoria laboral de uno que un título universitario. Y lo que es peor. Este diferencial se debe fundamentalmente a la discriminación por parte del empleador (Harper, "Beauty, Stature and the Labour Market: A British Cohort Study", Oxford Bulletin of Economics and Statistics, 2000). Algo que, visto lo visto, no sorprende.
Pero plantéenselo del siguiente modo; hagan números conmigo, amiguitos. Supongamos que usted es feo o fea y que después de leer este post, le quedan, digamos 30 años de vida laboral por delante. Si también suponemos que ganará el salario medio (en 2002, 22.169€ para ellos y 15.767€ para ellas) de aquí hasta el feliz día de su jubilación, que éste se mantendrá constante, y que el tipo de interés es del 5% (por hacerlo fácil), convertirse en príncipe de cuento equivale a recibir 54.444 euros de vellón ipso facto, mientras que volverse una hermosísima hembra es equivalente a heredar 28. 396 euros del ala de la noche a la mañana.
Yo no se ustedes, pero yo ya he pedido hora con el Doctor Troy para que me haga un implante capilar, una liposucción y para que me ponga un par (o más) de tetas.
Tomen por ejemplo ese magnífico ejemplar de ser humano, que por lo general es hijo de condes o marqueses de olvidado nombre. Alto, altísimo. De mentón cuadrado, nariz algo angulosa, manos grandes, tez tostada hasta uno tono justo por debajo de lo risible, pero bien por encima de lo envidiable; piernas largas, camisa cara, mangas recogidas mostrando un reloj exclusivo y unos antebrazos bien torneados. A su lado, la aparejadora hija de familia de empresarios vascos, de impecable y graciosa figura, sexy en su especiosa y engañosa sencillez: Un placer culpable. Yo los veo ahí, con su largura manierista, como pintados por Greco Labanda, paseando por un muelle, algo molestos por la cámara que los inmortalizará en un Cinemascope de papel couché, y no puedo evitar pensar que si los Magdalenienses tenían sus pinturas rupestres, nosotros, tan civilizaditos, tenemos en cambio el Hola!™
Hay un libro que siempre tuve interés en leer: “Survival of the Prettiest: The Science of Beauty” de Nancy Etcoff, sobre el control y los usos sociales de la belleza; sobre cómo los guapos prosperan, crecen, se reproducen y forman una élite. Y es que nuestros amigos, el marquesito y la aparejadora, no son el mero y excepcional fruto de una imaginaria distribución de probabilidad, de una arcana lotería que determina qué características deseables nos caerán en gracia. Que sean ricos, guapos, exitosos, no se debe tan solo a que alguien tenga que serlo. Que Dios los críe, y ellos se junten, tampoco.
Aquellos que son atractivos reciben más cuidados desde pequeños. Se les presta más atención, son ayudados más frecuentemente por familiares, maestros y compañeros (tiren si no la primera piedra). Pueden elegir pareja; obtienen más y mejores trabajos. Son un presagio auto-cumplido.
Mientras tanto, ser horripilante está penado. Los feos están discriminados en el mercado laboral y por lo tanto son menos susceptibles de obtener éxito social o económico (de hecho, muchos y algunas son contrarios a que se les permita cantar). Los hombres considerados como “no atractivos”, esto es, feos, obtienen de media un salario un 15% inferior al de aquellos calificados como “atractivos”. Y esto teniendo en cuenta las diferencias de currículo y profesión. La desventaja para las mujeres feas es del 11%. Así que ser bello es más beneficioso para la trayectoria laboral de uno que un título universitario. Y lo que es peor. Este diferencial se debe fundamentalmente a la discriminación por parte del empleador (Harper, "Beauty, Stature and the Labour Market: A British Cohort Study", Oxford Bulletin of Economics and Statistics, 2000). Algo que, visto lo visto, no sorprende.
Pero plantéenselo del siguiente modo; hagan números conmigo, amiguitos. Supongamos que usted es feo o fea y que después de leer este post, le quedan, digamos 30 años de vida laboral por delante. Si también suponemos que ganará el salario medio (en 2002, 22.169€ para ellos y 15.767€ para ellas) de aquí hasta el feliz día de su jubilación, que éste se mantendrá constante, y que el tipo de interés es del 5% (por hacerlo fácil), convertirse en príncipe de cuento equivale a recibir 54.444 euros de vellón ipso facto, mientras que volverse una hermosísima hembra es equivalente a heredar 28. 396 euros del ala de la noche a la mañana.
Yo no se ustedes, pero yo ya he pedido hora con el Doctor Troy para que me haga un implante capilar, una liposucción y para que me ponga un par (o más) de tetas.
12 Comments:
Asi es la vida, que le vamos a hacer!
(Se ha notado mucho lo guapo que soy XD )
Uhhh gran post... Dr zito , mucho que pensar ejem..lalala
Yo hago exactamente el mismo comentario que el Coronel.
Eso, eso, no se mojen. Pero Dr. Zito, pa qué quiere ponerse tetas, que no son rentables??
Yo sólo confío en un licenciado en medicina y ese es el Doctor Nick Riviera.
A ver si me pongo recta la nariz de una vez...
Muy bien visto, Carolink, pero el par de tetas, mas que para ganbar dinero, es para cuando este aburrido.
A mí ser fea no me importa, pero también ser pobrea ya sí que me jode mucho!
A mi, mi madre me dice que soy guapa, pero pensandolo, NO tengo trabajo...¿quien me esta engañando, el dichoso estudio o mi querida madre?
;D
Lo de su fealdad ha de demostrarse, Sunes. No nos lo creemos. Los lectores del Gabinete son todos guapos, por dentro sobre todo.
Bienvenida!
Jerry Lewis en el Doctor Chiflado sabía muy bien lo que hay que hacer.
Un saludo.
Muy buen post. Y es que según un artículo que leí, pero cuyo autor no recuerdo -enseguida, si puedo, citaré la fuente-, también inconscientemente solemos considerar más inteligente y capacitada a una persona guapa antes que a una fea. El autor defendía que, al ver a un feo con todas las de la ley, tenemos más tendencia a otorgarle problemas intelectuales.
En efecto. Creo que porque algunos problemas hereditarios tienden a mostrarse en el fisico. En especial en la simetria del rostro.
Encantado de tenerle de vuelta, Mr Glasshead.
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